Celebrar la fe

Una de las peculiaridades que caracterizan a toda comunidad cristiana es la celebración de la fe. Para muchos cristianos, la liturgia es la referencia principal de la identidad cristiana y un recurso importante para alimentar la vida creyente.

Algunos comentan que las celebraciones cristianas son momentos privilegiados de experiencia religiosa, de animación espiritual, por lo que buscan asambleas donde se celebre la fe con expresividad y vibración. No les vale cualquier celebración ritual para quedar satisfechos en sus aspiraciones y necesidades evangélicas.

Otros, en cambio, contemplan y practican el culto influidos, de una manera más o menos considerable, por el precepto moral. Y otros entienden la asistencia a la celebración de la fe preferentemente como una responsabilidad particular de relación con Dios, sin especial sintonía con la comunidad.

Las celebraciones de la fe son definidamente comunitarias y deben resultar nutritivas para cuantos asisten y participan. Símbolos, gestos, carteles, silencios…, así como una variedad de intervenciones enriquecen las celebraciones cristianas, dando por supuesto que hay de fondo, en cuantos participan, vivencia evangélica, apertura al Espíritu y compenetración fraterna.

En las celebraciones de la fe saboreamos la salvación, agradecemos las intervenciones amorosas de Dios, nos fortalecemos con la Palabra y el “pan de la vida”, consolidamos la comunión con Cristo, sacerdote de la Nueva Alianza, damos cabida al Espíritu con sus dones, respiramos el aire sano de la Pascua, apretamos los lazos de la fraternidad evangélica, oramos, compartimos en relación gozosa y festiva… Con todo ello notamos que se potencia la espiritualidad personal y comunitaria.

Asimismo, en las celebraciones de la fe se refuerza el culto de la vida, porque es a lo ordinario y normal de cada día, adonde hemos de llevar lo que celebramos sacramental y comunitariamente.

Este es el ideal, al que debemos tender al celebrar la fe…

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