En verdad, Domund tiene calado en la vida de las parroquias y resuena en el sentir de los cristianos: es una llamada que nos recuerda el deber y la responsabilidad de todos los seguidores de Jesús de impulsar la causa misionera de la Iglesia, para que otros sean partícipes de la belleza de la fe y se enriquezcan con el Evangelio.
El Domund acentúa en nuestra conciencia cristiana el valor de compartir el encuentro personal con Jesús. Unos somos –debemos ser– misioneros aquí; otros tienen el coraje de ir lejos llevando el Evangelio a todos los rincones del mundo siendo también bálsamo de humanidad.
Para todos, conocer a Jesús es encontrar una fuente de dinamismo y de creatividad en el amor. Con el impulso evangélico en el alma no hay fronteras, sino comunión, fraternidad y una íntima satisfacción de ayudar a otros.
Por eso tiene sentido, también, que apoyemos con nuestro donativo la aventura apostólica de misioneras y misioneros que dejan su tierra por amor a Jesús, para acercar el Evangelio a muchos que no lo conocen, al tiempo que procuran elevar la dignidad de muchos pobres…
En resumen, Domund suena a evangelización, catolicidad y solidaridad universal; y ciertamente repercute en la sensibilidad de los cristianos, que evangelizamos para favorecer la implantación y el disfrute social del Reino de Dios.