Comunicaciones

Año de la Oración

El domingo 21 de enero de 2024, el papa Francisco propuso el presente año como Año de la Oración, preparando así el Jubileo ordinario de 2025. El papa desea que el año actual sea ocasión propicia para “redescubrir el gran valor y la absoluta necesidad de la oración en la vida personal, en la vida de la Iglesia y en el mundo”.

San Alfonso de Liguori, admirador de santa Teresa de Ávila, describe la oración como “trato familiar con Dios”. La oración es un signo religioso y de fe que define a las personas: “Dime cómo oras y te diré quién eres”. Es tan importante que la podemos considerar como asunto vital. En la oración confluyen la gracia y la libertad. Es “vital” para personas y para comunidades, porque está en juego la auténtica dignidad humana y la comunicación con Dios que es generador de conversión. La oración no se da sin dolor, porque orar es también “padecer” a Dios. Por eso es difícil: moviliza la identidad íntima y relacional, y la sinceridad profunda; nos planta con descaro ante el misterio; nos adentra por el sendero del despojo; provoca opciones radicales sobre la propia vida…

La oración es fundamental para desarrollar una conciencia lúcida, vivir abiertos al Espíritu, vigorizar la fidelidad, acrecentar la inspiración o desarrollar el compromiso…; en definitiva, para ser persona como Dios quiere. Alguien ha escrito, la oración “o es una experiencia viva y palpitante, siempre fresca y renovada, o no es nada”.

Jesús, el mejor orante

Jesús es oración humanizada de Dios, el Hijo por quien Dios se comunica. Por eso, hablar de oración cristiana es referirse de lleno al orante Jesús, que hizo de la oración un pilar central de su vida, el motor de su existencia.

Veamos algunos rasgos del Jesús orante:

La oración es constante en su vida. Lleva una existencia oracional. Su misma acción va acompañada de la oración (cf. Mt 11,25-27; 26,40). Comunica, enseña, recomienda y hasta inculca: “Es necesario orar siempre sin desfallecer” (Lc 18,1; cf. 21,36).

La oración intensa acompaña sus grandes decisiones: bautismo (cf. Lc 3,21-22); preparación a la misión en el desierto (cf. Mt 4,1-11; Lc 4,1-13); elección de sus colaboradores-comunidad (cf. Lc 6,12-13); cuando interroga acerca de su identidad (cf. Lc 9,18); Getsemaní como pórtico de la pasión trágica (cf. Lc 22,39-46; Mt 26,36-46; Mc 14,32-42).

Cultiva la oración personal. Lo hace a menudo en un ambiente de soledad y de silencio. De esta manera rompe con el estilo de los fariseos (cf. Lc 5,16; 6,12; 9,18; Mt 6,5-6; 14,23; 26,36; Mc 1,35).

Ora también en público y en comunidad. Saca la oración de los contextos rituales y la sitúa en los ambientes cotidianos (cf. Jn 12,27-30; 17,1-26; Lc 9,16; 10,21-22; Mc 7,34).

La oración alimenta su militancia y fidelidad. No se dejó vencer por el activismo, la prisa o la dispersión (cf. Mc 1,35-37; Lc 22,39-46).

Ora su propia misión (cf. Mt 26,39; Jn 4,34; Lc 2,49).

Su oración siempre es escuchada (cf. Jn 11,41-42).

Es reconocido como maestro de oración (cf. Lc 11,1-13; 18,1-14; 21,36; Mt 6,5-15; 7,21).

Oración cristiana

La oración cristiana es teologal, trinitaria y filial:

– Oración al Padre, que en un desbordamiento de gracia y de cariño nos invita a vivir en comunión con él, elevándonos a la dignidad de hijos adoptivos.

– Oración por Cristo, el Señor, el único Mediador, por quien somos convocados a una existencia pascual.

– Oración en el Espíritu Santo, que el Padre y Cristo nos dan. La culminación del orante cristiano consiste en la experiencia de comunicar con Dios movido por la asistencia y la iluminación del Espíritu Santo.

La oración cristiana, encarnada en la vida, provoca actitudes de honradez, independencia y riesgo. “Los grandes orantes de la tradición cristiana han sido frecuentemente grandes inconformistas. En la oración han concienciado su pecado personal, el de la Iglesia y el de la sociedad, y se han sentido motivados por Dios para denunciarlo de forma profética”. Además, “la lógica de la oración es conducir al compromiso social”.

La oración cristiana está llamada a ser contemplación. Es don del Espíritu que concentra al orante en su más profunda interioridad. La contemplación traspasa la capacidad humana. El creyente que la experimenta es consciente de que no tiene ningún derecho a ella. Es un don desbordante.

La oración cristiana es eclesial. El orante tiene conciencia de que su oración siempre es “en comunión”; por eso la integra en la oración del Pueblo de Dios. En el libro de Hechos tenemos interesantes testimonios eclesiales de oración (Hch 1,14.24-25; 2,42.46-47; 4,24-30; 6,6; 8,15; 13,3).

La oración cristiana tiene una vertiente formativa. Humanamente conduce a la profundidad. En ella nos vemos tal y como somos por dentro, sin trampas ni concesiones. Nos radiografía y mide el grado de coherencia personal y la que tenemos en relación con el seguimiento de Jesús. Pone en juego todos los resortes de la personalidad.

Estamos necesitados de una experiencia fuerte de oración que purifique, alimente y dinamice la espiritualidad evangélica. Necesitamos orar profundamente, más que hablar de oración o decir que hay que orar. La experiencia eclesial de Hch 1,14 será siempre una clave de gran valor referencial para lo que fue la irrupción de Pentecostés: “Perseveraban en la oración y con un mismo espíritu, en compañía de algunas mujeres, de María la madre de Jesús, y de sus hermanos”.

En resumen, la oración cristiana debe estar muy filtrada en el Espíritu, ha de conectar lo más posible con la Palabra de Dios y con la rica tradición de los grandes orantes, se debe insertar en la oración comunitaria del Pueblo de Dios, debe conjugar el lenguaje vertical con el horizontal… Y los orantes han de saber que el precio de la buena oración es siempre el don de sí mismos.

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