Comunicaciones

El aire del Espíritu

Es imposible ser verdaderamente persona sin fundamentos de espiritualidad.

En Pentecostés los cristianos resaltamos la “marca” del Espíritu, que da aire y brillo a la Iglesia.

 

El rumor de la espiritualidad

¿A qué suena hoy espiritualidad? ¿Qué se comenta?

Para algunos resulta algo ambiguo, confuso; no aciertan a distinguir y valorar adecuadamente esta condición tan importante de la vida humana. Para otros, tocar esta palabra entraña una cierta sospecha, porque más de una vez se ha recurrido a la espiritualidad no precisamente para impulsar la vida, sino para encerrarse en uno mismo y evadirse de la realidad, sin fomentar el compromiso…

Hay quien piensa que la espiritualidad está pasada de moda: no es lo que se lleva en la sociedad moderna. Algunos la consideran como algo raro. Otros manifiestan que es dificultosa en exceso.

También hay quien, marcado por el sentido productivo o hedonista, se pregunta: ¿Espiritualidad, para qué?

Puestos a cuestionarse, cabrían otras preguntas: ¿No se produce un gran vacío sin espiritualidad? ¿La falta de espiritualidad no es causa de problemas y de bajones anímicos?

Desdeñar este valor es una torpeza…

 

Energía necesaria y saludable

La espiritualidad, correctamente entendida y cultivada, es una potencia vital; afecta a la salud integral y tiene mucho que ver con la mejora de los ambientes. Nada mejor que ser espiritual para ser feliz.

Ciertamente, la espiritualidad es una energía integradora y movilizadora: estimula los resortes y recursos personales; favorece la armonía y el dinamismo; enriquece la personalidad; exige, potencia y reviste la vida de calidad. La persona espiritual es sensible, valiente, audaz, comprometida…

El mayor error que podemos cometer es dar la espalda al espíritu. Acarrea graves consecuencias… Por eso, frente al desinterés de algunos, se observan reacciones positivas en otros. Hay hambre de espiritualidad, de valores humanos, de trascendencia, de sentido vital. La llamada civilización del bienestar no ha alumbrado el mundo feliz que muchos soñaron. La sociedad del desarrollo y del confort no ha respondido a las aspiraciones profundas del corazón humano. Muchos buscan espacios de paz, de interiorización, de autoconciencia, de profundidad religiosa, de meditación… para hacer frente a la manipulación, la superficialidad, el materialismo, el ruido, la agitación, el estrés… La espiritualidad es imprescindible.

 

Mirada antropológica

Las personas somos constitutivamente espirituales. El espíritu es una condición englobante,  indispensable para encauzar, animar y elevar la vida. Nos dignifica. Nos hace emprendedores, amables, capaces de riesgo y de acción, sensibles a la superación personal y colectiva. El espíritu no tiene barreras y, por eso, descorre el velo de la plenitud. Impulsa a crear. Es capaz de lograr lo que parece imposible. Es una fuerza tan motivadora que exige continuamente. Si hacemos caso al espíritu, vivimos; si nos desentendemos de él, nos deterioramos (cf. Rm 8,6.13).

Todas las experiencias importantes de la vida resuenan en el espíritu humano. Una de ellas, capital para los cristianos, es percibir que “somos hijos de Dios”. San Pablo escribió: “El Espíritu le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios” (Rm 8,16).

Es evidente que el ser humano tiene condición y vocación espiritual. Jesús, persona cabal, fue profundamente espiritual.

 

Madurez espiritual

La persona que trabaja la espiritualidad muestra corrección y encarna valores. Quien no cuida la espiritualidad genera defectos, comete errores, está lejos de la madurez espiritual.

San Pablo asegura: sin fidelidad al espíritu no hay madurez personal y corremos el riesgo de que los impulsos negativos nos enreden (cf. Rm 8,5-8.12-13; Gá 5,14-24). Es cierto que desplegamos la espiritualidad en un marco ambiental de concupiscencia (cf. Rm 7,14-25; Gá 5,16-18); pero la persona espiritual tiene arte y habilidad para descartar lo rastrero, cultivando con tesón un estilo elegante y digno.

Obviamente, no hay madurez espiritual si uno se cree tan autosuficiente que no valora los dones recibidos. Personas así resultan ásperas, creídas, egoístas, testarudas… Consideran que no tienen nada que aprender… Están completos… ¡Qué engaño!

Tampoco hay madurez espiritual si uno está tan centrado en sí mismo y en sus intereses que no se deja “descentrar”… Los santos sorprenden porque sus centros de interés no giran en torno a sus personas, sino en torno a Dios y a los demás, como se observa en Jesús…

El cristiano va alcanzando madurez espiritual siendo dócil al Espíritu, dejándose guiar por sus inspiraciones. Entonces se siente integrado y sano, experimenta claridad interior y tiene coraje para comprometerse. El Espíritu hace reaccionar…

 

Espiritualidad cristiana

En Pentecostés evocamos que Dios Padre e Hijo nos regalan su Espíritu: estamos “ungidos”. Por eso, espiritualidad cristiana equivale a “vivir según el Espíritu”.

La Iglesia nace del Espíritu; es santa por el Espíritu; vive, crece y evangeliza por el Espíritu. Sin él, la vida de la Iglesia se marchita y desmorona.

El Espíritu embellece al creyente con sus dones. Sin su iluminación, Dios parece ausente; Jesús no entusiasma; el Evangelio es mera letra; la Iglesia, pura organización; la misión se reduce a propaganda; la liturgia pierde sustancia; la audacia evangelizadora languidece…

El prototipo de la espiritualidad cristiana es el santo, sellado por el Espíritu como “hijo de la luz”. Los santos oran y sacramentan la vida, dan un sentido dinámico a la espiritualidad, son muestra de que Dios está presente y actúa. No solo tienen intuición, arte y arrojo para vivir, sino que muestran cómo la espiritualidad conduce al compromiso, al servicio abnegado, al sacrificio generoso, al testimonio transparente…

La espiritualidad auténtica siempre está encarnada… Y si se vive con intensidad, se convierte en mística…

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