El Crucificado negro de Agustín Casillas
En el siglo XVI Leonardo da Vinci estableció un debate sobre la primacía de las artes: escultura o pintura. Para él, ambas tenían como base el disegno, pero la escultura obliga a un esfuerzo físico que la degradaba a un nivel inferior. Si el artista salmantino Agustín Casillas hubiera participado en este Paragone, a la vista del magnífico crucificado realizado para la parroquia de Santa Teresa de Salamanca seguramente se hubiera alineado con Cellini y los que defendían la escultura. Pese a que Casillas no entendía la escultura sin la pintura y sus creaciones iban del papel al barro modelado con sutileza por sus certeras manos, el trabajo realizado en el Cristo crucificado que preside el altar mayor de la parroquia de Santa Teresa nos habla de una imagen de concepción dominantemente escultórica, un crucificado de carácter monumental, de formas sencillas, rotundas pero con el toque justo de modernidad para canalizar una belleza serena, cargada de profunda espiritualidad.
En 1977 se inaugura un nuevo templo en la zona Oeste de Salamanca consagrado a Santa Teresa. Los terrenos pertenecían a los PP. Redentoristas que ya desde el año 1968 animaban pastoralmente la misión evangelizadora de la parroquia. La Congregación de los Misioneros Redentoristas, fieles al carisma de su fundador Alfonso Mª de Ligorio, deseaban anunciar a Cristo, amigo de todo ser humano sin excepción y Redentor de toda esclavitud. Para ello era primordial elegir el diseño del templo compuesto por iglesia, capilla del Sacramento y centro parroquial. La iglesia y la capilla son octogonales, completando su decoración lámparas de hierro forjado y paneles de madera en el presbiterio. Fue Agustín Casillas el artista elegido para dar vida a la imagen de Cristo que ocuparía el altar mayor de la iglesia. Su obra era ya bien conocida para el gran público. Sus personajes literarios escoltaban el Puente Romano y se asentaban en las calles salmantinas. Junto a sus castellanos de recia raigambre y ondulantes figuras femeninas, no le eran ajenas las figuras religiosas pues ya en 1960 ganó el Premio Nacional de Escultura con su Virgen de la Soledad. La muerte, el dolor, la soledad estaban ya presentes en su imaginario artístico poblado de esculturas, relieves y dibujos.
Sus creaciones nos hablan de refinamiento, de líneas precisas que parten del estudio del natural y de variedad de efectos pictóricos como esos toques cubistas que aparecen de repente dándole la contemporaneidad que necesita el ser humano protagonista indiscutible de su obra plástica. Agustín Casillas es un gran artista, con un discurso innovador y libre, sin dilema entre la figuración y la abstracción que rompe con el tradicional academicismo mesetario. Las formas onduladas y delicadas que configuran su universo de figuras femeninas se transforman en líneas llenas de grandeza y humanidad, de inconmensurable sencillez a la hora de abordar la figura del crucificado.
La imagen de Cristo en la Cruz que preside el altar mayor de la iglesia de Santa Teresa realizada en 1978, según documentación de los archivos familiares, llama la atención por la novedad del material utilizado: hormigón negro. Conocedor de gran número de materiales: barro, escayola, hormigón policromado, bronce o alabastro, Agustín Casillas no le temía a la materia de la que parecía conocer todos sus secretos. El uso del hormigón negro en este crucificado contribuye a la pureza de líneas. La figura no deja huella de los instrumentos de trabajo del artista, no parece que haya dudas o arrepentimientos en una composición de gran seguridad expresiva articulada sin el recurso de la policromía. Desde la Antigüedad Clásica, los artistas utilizaban el color en la escultura para crear algo verosímil. La policromía era parte de la obra, un acuerdo entre volumen y color. Sin embargo, en esta imagen de Cristo el color está dentro de la materia, no se aplica ningún pigmento, ningún aditamento externo es necesario, la fuerza radica en el uso de la materia ya coloreada, haciendo del negro el argumento de la Pasión de Cristo.
Agustín Casillas conoce bien el lenguaje de la Cruz y nos presenta una figura de Cristo articulada en torno a tres clavos que soportan su cuerpo sobre tres cuadrados aumentando así el sentido geométrico de la figura, sin necesitad de cruz. El estudio anatómico es perfecto, centrándose en la musculatura de torso y brazos. Las manos se solventan con líneas puras definidas en torno a los rigurosos clavos. Trazos angulosos configuran su rostro en un juego de potentes claroscuros, de pómulos salientes que ocultan la concavidad de los ojos. La corona de espinas se une al cabello geométrico, de duras aristas casi cubistas. Cubistas son también los pliegues del paño de pureza, sencillo y preciso, matemático en su ejecución. Rasgos contemporáneos que no ocultan el sufrimiento de Jesús.
El escenario de dolor se completaba con la figura de la Virgen Dolorosa, postrada ante su hijo, elevando sus manos en un claro gesto que enlaza con los grandes imagineros castellanos. Una túnica cubre su cuerpo narrado en un juego de formas cóncavas y convexas, de los que sobresalen sus manos implorantes y un rostro tremendamente expresivo definido por sus ojos geométricos. Manos y rostros reciben una policromía diferente, como si de una imagen de vestir se tratara. La talla se encuentra ahora en la Capilla del Sacramento tras un cambio en la decoración del altar mayor en 1995 para colocar una copia del icono del Perpetuo Socorro.
Como en los grandes textos espirituales: El Cantar de los Cantares o las obras de Santa Teresa, Casillas ha encontrado la fórmula de unir belleza y espíritu para contactar con lo divino y hacerlo cotidiano. La obra de Agustín Casillas siempre suscita pasión, aporta riqueza en sus matices y gana en las distancias cortas. Decía Schopenhauer que “Cristo, como las luciérnagas, brilla siempre en la noche”, y así, este crucificado de hormigón negro, heredero del código de comunicación de los grandes maestros, brilla con luz propia en la iglesia de Santa Teresa.
Montserrat González García
Publicado en “Pasión en Salamanca”. Año 2025. Número 31.