Pascua de Resurrección
“Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de arriba” (Col 3,1)
La Pascua es el acontecimiento central y culminante de la vida cristiana. Al comienzo de la Iglesia era la celebración principal: memorial de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. Después pasó a celebrarse en “tres días”: el “Triduo Pascual”. Y más adelante se le añadió una “cuarentena” preparatoria (Cuaresma) y una cincuentena posterior (Tiempo Pascual) para resaltar, asimilar y celebrar todo lo que significa la Pascua cristiana.
El Tiempo Pascual está cuajado de reclamos. Son tantas sus motivaciones y tantos sus mensajes que se necesitan semanas para asumirlos, degustarlos y aprovecharlos. La Pascua inspira el vivir cristiano. De ahí la importancia de reforzar las convicciones y los compromisos pascuales, para tirar de ellos a lo largo de todo el año.
El ideal de Jesús abre horizontes insospechados y estimula al máximo. Jesús, manejando una combinación maravillosa de cruz y resurrección, de martirio y bienaventuranza, nos asegura que es posible arreglar y mejorar los ambientes sociales en que vivimos, de los que a veces nos quejamos. Su alternativa es clara: él se apunta a “elevar la vida”… y nos reta a alcanzar esta utopía excelente y posible, que coincide con el Reino de Dios…
Pero el ideal cristiano no se puede comprender ni alcanzar sin vibración espiritual, si no vivimos al aire del Espíritu. No olvidemos que el Espíritu Santo es el “Alma de la Iglesia”…
Por eso, la Pascua plantea desafíos: sustituir esquemas que corrompen por proyectos y compromisos que embellecen la vida. Si queremos que la victoria de Dios sea completa, hemos de practicar el Evangelio.
Verdaderamente, Pascua de Resurrección es un revulsivo para el corazón. Nuestra fe carece de fundamento y de mística, si no impregna la vida de resurrección. Nadie ilumina el misterio humano como nuestro Dios trinitario, Señor y dador de vida… Por tanto, alcemos el ánimo y fortalezcamos la esperanza. Dios y Jesús salvan e inspiran…
Miremos hacia delante, atraídos por el ímpetu de la Resurrección. Dios gana la partida en Jesús y la quiere ganar también en cada uno de nosotros… Dios espera encontrar en ti y en mí la iniciativa, el empeño y la fidelidad que halló en Jesús…
Por eso:
Alégrate y exulta de júbilo, hermano.
Goza con la presencia de Jesús resucitado.
La altura sonora de Dios te habla.
La boca de la vida besa tu frente.
¡Vive! ¡Ama! ¡Comparte! ¡Siéntete querido, hermano!
Toca con tus raíces las venas de la tierra.
La luz de Dios es reto de vida nueva, de esperanza ancha,
de espíritu irradiado por Jesús de Nazaret.
Él te dice: “Yo soy el día, yo soy la luz.
No entiendo de sombras ni de oscuridad.
Tengo responsabilidades de redención, trabajos de primavera,
empeño de firme y constante renovación”.
¡Adviértelo, hermano!
Contempla a Jesús resucitado.
Abre de par en par tus ventanas,
ilumina todos tus rincones, siéntete denso de bondad,
porque tienes muchas tareas que emprender, muchas sombras que eliminar…
También tú tienes que cumplir con tu obligación de ser luz:
te están esperando las calles, las casas, las personas…
¡Es urgente, hermano!
Tienes que repartirte hasta que todo sea claridad,
hasta que todo sea resurrección y abunde la Tierra Nueva…