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Santidad

Recuerdo que, leyendo una revista, mis ojos se toparon con esta frase: “Una historia de la Iglesia sin escándalos, difícilmente será una historia verdadera”.

A modo de reacción automática y movido por no sé qué resortes, inmediatamente pensé: “Y una historia de la Iglesia sin santos, difícilmente será también una historia verdadera”.

En verdad, los santos, con su recorrido humano a imagen de Jesús, son el mejor exponente de nuestra Iglesia, los que mejor encarnan y acercan el ideal cristiano.

La santidad es una vocación, un don del Espíritu, que conmueve desde los cimientos del ser y dinamiza hasta lo insospechado. Pero es también una tarea responsable por parte de cada uno y de alcance comunitario, en colaboración con el Espíritu que actúa y ora en nosotros.

Dios quiere que seamos santos. Así nos soñó al desplegar la creación.

Jesús, por su parte, nos presenta al Padre celestial como el mejor modelo de santidad: “Hace salir el sol sobre buenos y malos y manda la lluvia sobre justos e injustos…” (Mt 5,45). Ciertamente, Dios es la primera y principal referencia de santidad: es el superlativamente santo.

Hay quien se refiere a la santidad como ideal y la ve lejana, inalcanzable… Grave error y torpe engaño: la santidad está al alcance de todos. Ha de adornar la vida de todos los creyentes y de todas las personas, porque hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. Nadie puede decir sin mentirse: “Yo no tengo madera de santo…”.

Para alcanzar la santidad se nos ofrece el camino de las bienaventuranzas evangélicas. Son motivaciones cargadas de razón, recursos estupendos para el cultivo de la espiritualidad, pistas de vida acertada, que, además, constituyen un resumen impresionante de las opciones y las actitudes que hacen grande a Jesús.

Además, para Jesús, ser santo coincide con el cumplimiento de la voluntad de Dios. Por eso, la santidad es más que sentimiento o mero deseo. El cumplimiento de la voluntad de Dios y la santidad se manifiestan sobre todo con obras. La vida de cada uno es el crisol de la santidad.

Para nosotros la santidad se concreta, también, en el seguimiento de Jesús. Es lo que han procurado y cuidado tantos santos que nos han precedido y a los que tributamos un merecido homenaje. En verdad, ellos son los mejores cristianos, los más dignos representantes de la Iglesia en cada momento; en muchos casos, son también ensalzados con orgullo por la sociedad. Los santos generalmente no hacen cosas extrañas ni deslumbrantes; hacen extraordinariamente bien lo ordinario de cada día. Por eso resultan atractivos. Necesitamos aprender de ellos…

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