Vibrar con la Pascua
La Pascua es el acontecimiento central y culminante de la vida cristiana. Al comienzo de la historia de la Iglesia era la celebración principal: memorial de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. Después pasó a celebrarse en “tres días”: el “Triduo Pascual”. Y más adelante se le añadió una “cuarentena” preparatoria (Cuaresma) y una cincuentena posterior (Tiempo Pascual) para desplegar todo lo que significa la Pascua cristiana.
El Tiempo Pascual está cuajado de reclamos. Son tantos sus mensajes y motivaciones que realmente se necesitan semanas para asumirlos, asimilarlos y degustarlos. La Pascua inspira el vivir cristiano. De ahí la importancia de reforzar las convicciones y los compromisos pascuales, para tirar de ellos a lo largo de todo el año.
En Pascua el ideal de Jesús abre horizontes insospechados y estimula… Manejando una combinación maravillosa de cruz y resurrección, de martirio y bienaventuranza, Jesús nos asegura que es posible arreglar y mejorar los ambientes. Su alternativa es clara y reta…
Pero el ideal cristiano no se puede alcanzar sin vibración espiritual: si no vivimos al aire del Espíritu. No olvidemos que el Espíritu es el “Alma de la Iglesia”…
Por eso, la Pascua plantea desafíos: sustituir esquemas que corrompen por proyectos y compromisos que embellecen la vida. Si queremos que la victoria de Dios sea completa, hemos de practicar el Evangelio.
Verdaderamente, Pascua de Resurrección es un revulsivo para el corazón. Nuestra fe carece de fundamento y de mística, si no nos impregna la espiritualidad de la resurrección de Jesús.
Después de un año, atenazados por la pandemia, sometidos a incertidumbres y perturbados por inseguridades, aún seguimos preocupados por la situación que nos envuelve. No obstante, reparemos: nadie ilumina mejor el misterio de la vida que el Dios trinitario, Señor y dador de vida… Por tanto, alcemos el ánimo y fortalezcamos la esperanza. Jesús salva e inspira…
Miremos hacia delante, atraídos por el ímpetu de la Resurrección. Dios ha ganado la partida en Jesús y la quiere ganar también en cada uno de nosotros… Dios espera encontrar en ti y en mí la iniciativa, el empeño y la fidelidad que halló en Jesús…
¡Alégrate, hermana!
¡Exulta de júbilo, hermano!
Goza con la presencia de Jesús resucitado.
Sumérgete en una sinfonía de aire y claridad…
La altura sonora de Dios te habla.
La boca de la vida besa tu frente.
¡Canta! ¡Ama! ¡Comparte!
¡Siéntete querido, hermano!
¡Medita la redención, hermana!
Penetra con tus raíces hasta las entrañas de la Vida.
Métete en el cauce trascendente de la historia.
Marcha como un torrente desbordante de vitalidad…
La ternura de Dios es reto de compromisos nuevos,
de esperanza ancha, de ímpetu valiente,
irradiado por Jesús de Nazaret.
Él te dice: “Yo soy el día, yo soy la luz.
No entiendo de sombras ni de oscuridad.
Mis compromisos son de primavera,
de iluminación constante, de tenaz resurrección…”.
Contempla, hermana, cómo se acerca Jesús glorioso.
Advierte, hermano, la compañía del Resucitado.
Deja que su Espíritu te empape:
abre de par en par todos tus poros,
no resistas a la salvación que se te ofrece,
déjate querer, recarga tu espiritualidad…,
porque tienes muchas luchas que emprender,
muchas barreras que apartar…
Inspírate, hermana, con la contemplación de Jesús.
Refuerza, hermano, tus convicciones bautismales.
Purifica tu interior, respira y siente la alegría del Evangelio.
Te lo pide tu fe, te lo reclama tu responsabilidad.
Recuerda que eres hijo de la luz con vocación de testigo:
te esperan las calles, las casas, las personas…
Es urgente, hermano.
No hay tiempo que perder, hermana.
¿Lo oyes…?
Nos llaman a entregarnos hasta que todo sea fraternidad,
hasta que todo sea resurrección y abunde la Tierra Nueva.
Hermana, hermano, hagamos Reino de Dios…
