Adviento 2024
Cada año, en Adviento, los cristianos iniciamos el recorrido contemplativo y celebrativo de la Redención.
Mientras las calles se cargan de símbolos, mensajes, propagandas, luces… que invaden, incluso, los hogares, nosotros presentamos la historia humana como “historia de salvación”: Dios nos salva por Jesucristo. Esta iniciativa divina es maravillosa: Dios nos quiere tanto que se despoja de su condición divina, se reviste de la condición humana y va de persona honesta por la vida. Lo recoge muy bien el evangelio de san Juan: “Tanto ama Dios al mundo que le entrega a su Hijo único para salvarlo…” (Jn 3,16-18).
Tiempo sugerente
Adviento es tiempo evocador y sugerente. Tal y como lo celebramos, nos sitúa ante la venida del Mesías y ante el desafío del Reino de Dios. Es ocasión para considerar el significado profundo de Jesús como Salvador y el compromiso que nos corresponde a los cristianos. En verdad, “Dios ha visitado y redimido a su pueblo, suscitándonos una fuerza de salvación…” (Lc 1,68-69).
Pero observamos que hay resistencias a la salvación. Incluso puede suceder que tú y yo pongamos dificultades a Dios para que entre en nuestro interior… Si es así, ¿por qué?
Verdaderamente, Dios quiere salvarnos desde dentro de la historia, haciéndose uno de nosotros, derrochando compromiso y fidelidad… Jesús no lo tuvo fácil, pero cumplió: fue valiente y fiel. Sus últimas palabras fueron: “Todo está cumplido” (Jn 19,30). Ahora sigue presente por medio del Espíritu, provocando salvación allí donde se produce apertura al Evangelio.
Por eso, Adviento reclama conversión, si es que hay zonas de nuestra persona cerradas a Dios… Es renovación: anima la confianza de que podemos mejorar… Para ello situémonos en la dinámica evangélica, en la espiritualidad de Jesús.
Ciertamente, la raíz del Adviento es el amor ilimitado de Dios. No podía ser de otra manera: Dios “es” Amor, misericordia, salvación… Pero no nos puede salvar, si ponemos la fuerza y la esperanza en otros salvadores, como el dinero, el placer, el prestigio… En cambio, si damos cabida a Jesús y facilitamos que nos penetre hasta lo más íntimo, entonces tiene que pasar algo... Las personas no sentimos ni actuamos igual antes de decir sí a Dios que después de decírselo. Por eso, Adviento es convicción de que lo que Jesús ha hecho, lo podemos continuar nosotros…
Abrirse a Dios
El Adviento verdadero no tiene límite de tiempo. Es un talante, una actitud del alma. Nos recuerda que Dios quiere verse con nosotros a ras de suelo, de calle, de caminos, de encuentro cordial… Él ya ha venido en Jesús y ha dejado fecundada la historia con su semilla. Ahora no hay quien arranque su presencia. Nadie podrá arrinconar ni eliminar el Evangelio.
Vivir el Adviento es abrir el corazón para que acampe la Palabra y la presencia de Dios en nuestro interior, en nuestra familia, entre los vecinos, en nuestra ciudad… Es facilitar la entrada de Dios, como hizo María de Nazaret y como han hecho tantos santos de ayer y de hoy…
Pero atención: de poco vale abrir el corazón a Dios en Adviento, si después, durante el año, lo cerramos… No olvidemos que la salvación comienza por uno mismo. Por tanto conviene preguntarse: ¿Tengo que abrir alguna puerta para que la salvación de Dios me ventile…?
Reforcemos la esperanza y la confianza en Dios que siempre ilumina. Cuidemos la vida propia y la de los demás. Y celebremos la trascendencia de la Redención con sencillez, pero con mucha intensidad y júbilo interior…