Comunicaciones

El hambre, qué vergüenza

Alrededor de 733 millones de personas (el 9,1 % de la población mundial) sufren la desgracia del hambre. Así lo refleja el informe El Estado de la Seguridad alimentaria y la Nutrición en el mundo publicado recientemente por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Dicho informe indica también que además de los 733 millones de personas que padecen hambre, 2.330 millones (casi el 29 % de la población mundial) padecen inseguridad alimentaria y carecen de acceso regular a los alimentos nutritivos necesarios para llevar una vida saludable.

Ciertamente, el hambre y la inseguridad alimentaria que siguen sufriendo tantos millones de personas constituyen un desastre y una vergüenza que abochorna y ruboriza a quienes estamos en el llamado “primer mundo”. Tal panorama inhumano quebranta el sueño de Dios. Es, sin duda, un pecado social que escuece… Cuando lo consideramos detenidamente, nos deja mal el cuerpo y el alma.

Lo más lamentable es que pasan los años y siguen apareciendo en distintos lugares del mundo indecentes y humillantes bolsas de miseria. Hay datos más que suficientes para constatar que vivimos en un mundo injusto. Hay situaciones que hieren y hechos que conmueven, porque son dramáticos. Las consecuencias son terribles: indigencia extrema, crispación, desnutrición, enfermedades, lucha de clases, migraciones, muerte… Es evidente que la miseria de muchos es una inmoralidad que alcanza a todos. Pero el riesgo más deplorable es que nos podemos habituar tanto a contemplar imágenes de hambre, penuria, desgracia, desamparo, dolor… que no repercutan en la sensibilidad. Como reacción instintiva podemos tender a pasar esta página negra de la actualidad, porque pensamos que la responsabilidad principal la tienen otros: mala gestión de los gobiernos, corrupción generalizada, ambición de muchos… ¿No hay nada de individualismo y de insolidaridad en ti? ¿Eres tan responsable que estás cumpliendo al cien por cien?

Lo cierto es que podemos hacer algo entre todos para resolver, al menos en parte, esta situación que parece que nos desborda. Del Evangelio se desprende: frente al egoísmo, amor; frente a la injusticia, solidaridad; frente al interés egoísta, gratuidad; frente al racismo, fraternidad… El Evangelio no inspira discriminar por el color de la piel, ni por el lugar de nacimiento, ni por la pertenencia a una u otra clase social… Para el Evangelio los preferidos son los más hundidos, los que más sufren o los menos considerados socialmente, no porque sean los mejores, sino porque la justicia de Dios consiste en que triunfen los derechos de los más débiles y necesitados.

El mapa de la miseria y del hambre es grande y parece que no se reduce. Pero si colaboramos generosamente, muchos proyectos se pueden realizar. Este es el compromiso de Manos Unidas desde hace más de 60 años. Esta ONG católica, con marca, organización y sensibilidad de mujer, despierta conciencias, promueve campañas, desarrolla proyectos… inspirada e impulsada por la urgencia evangélica del Reino de Dios. Apoyemos la Campaña contra el Hambre en el mundo de Manos Unidas, conscientes del daño que causan la miseria y el hambre. El papa Francisco pide que no nos enredemos en la indiferencia enfriando la sensibilidad. La existencia de personas hambrientas y empobrecidas nos debe cuestionar, porque deja el corazón sofocado y dolorido…

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