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El perdón, qué valor

Todo tiempo es oportuno para darle una vuelta reflexiva a este gran valor de enorme calado humano y de trascendencia saludable. Pero, al estar cerca la Cuaresma, la ocasión se nos brinda con singular significación.

Valor de madurez

El perdón es un valor de gran calidad humana y cristiana. Quien perdona demuestra madurez, grandeza de espíritu, sensibilidad, valentía… Es “otro modo” de expresar consideración, amor, respeto, esperanza en el cambio de las personas… Perdonar lleva consigo ofrecer nuevas oportunidades…

El perdón humano y el perdón ofrecido por Dios son valores destacados en la Biblia. El Dios bíblico se distingue por ser comprensivo y misericordioso, rico en clemencia: “No nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas…” (Sal 102). Dios, sensible hasta las entrañas, tiene compasión siempre y perdona sin cansancio. Estos rasgos son muy significativos en su revelación.

La fe es un aliciente muy determinante para perdonar. Dios nos demuestra un amor inmenso perdonando. Si superamos rencores y ofensas, y derramamos perdón, nos parecemos a Dios. Quien no perdona, demuestra que no ha entendido a Dios y corre el riesgo de encerrarse en una oscuridad perturbadora, incluso habiendo tenido la experiencia de ser perdonado, como revela la parábola del evangelio de san Mateo 18,23-35.

Por experiencia sabemos que el perdón genera un gran gozo en quien lo ofrece y en quien lo recibe. Tender la mano del perdón es imitar a Dios y a Jesús que nos perdonan siempre. Por tanto, seamos generosos para perdonar y humildes para pedir y recibir el perdón. No hay fraternidad posible sin perdón y reconciliación.

Repetimos: Dios “no se cansa de perdonar”. Está “ocupado” en este quehacer compasivo de forma constante, porque nos quiere. Sin embargo, nosotros constatamos que perdonar no es fácil. A algunos nos cuesta muchísimo. Y quizás nos choque que Jesús proponga no poner límites ni medidas al perdón. Según el Evangelio, lo lógico y elegante es acoger el perdón con agradecimiento y ofrecerlo con generosidad total. No obstante, para saber perdonar con magnanimidad, hondura y decisión, hay que experimentar el perdón desde las entrañas y con intensidad.

Conviene que nos preguntemos por el nivel de perdón que tiene y practica cada uno. A veces se oye: “Ya estoy cansado de perdonar…”. Otros dicen: “Perdono, pero que me den explicaciones, que vengan a reconocer…, no vaya a quedar mi dignidad por los suelos”. Un perdón con “peros” no es perdón verdadero. En la parábola del hijo pródigo, el padre no pide ninguna explicación al hijo que regresa… El perdón debe ser una actitud sobresaliente en todo cristiano. Además, en la Iglesia, es realzado y celebrado como sacramento…

Las parábolas de la misericordia

Las recoge el evangelio de san Lucas en el capítulo 18. Definen al buen pastor que busca a la oveja perdida y al padre que sufre nervioso la aventura del hijo que ha decidido experimentar la libertad lejos de la propia familia.

Interesa reparar en el encabezamiento de estas parábolas. Dos tipos de personas se acercan a Jesús: por un lado, publicanos y pecadores deseosos de escucharlo; por otro, fariseos y letrados intolerantes y con la murmuración en los labios.

A lo largo de la historia las posturas se repiten: hay personas puritanas y rígidas, cuya religiosidad no ha enlazado con la misericordia de Dios; y hay otras que son sensibles y comprensivas con los tropiezos de los demás.

Jesús se relaciona con los pecadores para recuperarlos y redimirlos. Pero hay quien se lo critica, porque a veces rompe normas y costumbres de buena imagen. Tales personas críticas y murmuradoras no descubren las intenciones salvadoras de Jesús, no valoran su iniciativa misionera, no captan la valentía de perdonar y el valor de conceder nuevas oportunidades a quienes se equivocan.

Jesús busca la verdad radical de las personas. Por eso sale preocupado a buscar a la oveja que se ha enredado… No le importa el cansancio añadido; al contrario, disfruta infinitamente cuando encuentra a la oveja descarriada; y al regreso lo celebra con amigos y vecinos, porque es muy grande la  alegría que deriva del perdón y de la reconciliación.

En el padrenuestro

En la oración que Jesús entrega como resumen y testamento de su vida no podía faltar el perdón como valor y virtud fundamentales: “Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos…”. Jesús explicita este valor y virtud, y la necesidad de practicarlos, porque es en la reciprocidad de las relaciones como las personas nos realizamos o nos frustramos, somos felices o infelices. Los primeros discípulos, germen y cimiento de la Iglesia, recibieron el encargo de perdonar (Jn 20,23).

Jesús es un terapeuta del perdón. En él sobresale toda la misericordia de Dios: “Pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” (Hch 10,38). Perdonando, Jesús desencadena conversión; moviliza las capacidades humanas frenadas o atrofiadas; transforma los ambientes por medio de los perdonados; refuerza la comunión propulsando sentimientos nuevos.

Es muy saludable que pidamos perdón y lo sepamos recibir, es decir, que nos sepamos perdonar unos a otros. Sería un contrasentido solicitar el perdón de Dios y no perdonar a los demás. El perdón, la reconciliación, el amor al enemigo, responder al mal con el bien… es una línea singular que caracteriza a Jesús y a su mensaje. Reiteramos que en Dios el perdón no tiene límites. Su misericordia es sobreabundante, inmensa, eterna…

El perdón como sacramento

El sacramento del perdón y de la reconciliación es destacado por teólogos y pastoralistas como “sacramento de alegría”, por la experiencia de salvación redentora que aporta. La reconciliación es consecuencia de la conversión; y esta es un quehacer constante en la ruta de la santidad. Reconciliarse con Dios, con los demás, con la Iglesia y con uno mismo es propio de personas inteligentes y sensibles que procuran una vida sana y fuerte. Vivir reconciliados es también signo de espiritualidad cuidada.

Este sacramento está a la baja en la práctica actual, quizás porque disminuye el nivel de aspiraciones y de exigencia vital, o porque se descuida la educación de la conciencia en relación con el pecado personal y social, y/o porque necesitamos cuidar las catequesis y las liturgias que realizamos con especial atención y esmero. Ojalá las liturgias de la reconciliación sean siempre expresivas y vivas, celebrando vibrantemente la conversión humana y el perdón humano-divino.

Reiteramos que el perdón sobresale en el ministerio de Jesús. Él llama a la conversión, acoge a los pecadores, perdona con la autoridad de Dios (Mc 2,7). A veces, a los “signos” de curación física acompaña el perdón de los pecados como curación espiritual (Mt 9,1). En realidad, la muerte y la resurrección de Jesús tienen un sentido expiatorio. San Pablo resalta que Jesús murió por nuestros pecados y resucitó para nuestra salvación (Rm 4,25).

El sacramento del perdón refuerza el anhelo de superación y estimula la santidad personal y comunitaria, exprimiendo el amor y la misericordia del Evangelio. Celebrar este sacramento significa que nos interesa y nos preocupa la vida saludable; y evidencia que procuramos cuidar la interioridad, atender y revisar la comunión con los demás, y agradecer la compañía compasiva de Dios, que no nos trata como merecen nuestros pecados… Él es misericordioso por esencia y condición. Y el perdón es una pedagogía muy característica que Dios ejercita con maestría singular y de una manera asombrosamente cariñosa…

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