Jubileo de la esperanza
El 9 de mayo pasado fue convocado oficialmente el Año Jubilar 2025 con el lema “Peregrinos de esperanza”.
En el año 1300, el papa Bonifacio VIII instituyó el primer Jubileo de la Iglesia Católica, disponiendo que este “año santo” sirviera para promover una “oleada de espiritualidad, perdón y fraternidad” frente a la violencia y los conflictos de aquella época.
“Jubileo” es el nombre que se da a un año establecido como tiempo especial para renovar o intensificar la relación con Dios, con el prójimo y con la creación.
Recogiendo el sentir del papa Francisco, el Jubileo 2025 nos ha de fortalecer en la fe y nos ha de ayudar a seguir reconociendo a Jesús resucitado en medio de la vida para peregrinar como testigos de esperanza cristiana en un mundo en el que predominan el sufrimiento, la incertidumbre, la confusión y la desconfianza. El papa exhorta: “Llenemos cada día con el don de la esperanza que Dios nos da y favorezcamos que a través de nosotros llegue a cuantos la buscan”. En verdad, es necesario, vital, mantenerse revestidos de esperanza. No permitamos que nada ni nadie nos la arrebaten… Esta virtud “siempre” moviliza e inquieta saludablemente, da firmeza y estabilidad. Se trata de hacerla “visible”…
Valor humano
La esperanza es un valor de importancia capital y trascendental. Tiene un significado y una repercusión muy importantes en la identidad de cada persona. Y tiene mucho que ver con la renovación, la creatividad, el esfuerzo, el tesón… Podemos decir que es una propiedad esencial de la vida humana. Por eso, no es atrevido afirmar que toda persona “es esperanza”, porque somos un cúmulo de aspiraciones. No nos sentimos bien con el horizonte cerrado. Tenemos hambre y sed de infinitud. Queremos ser más, avanzar más, vivir más… La conciencia lo acusa claramente…
Como consecuencia se deduce la necesidad de cultivar la esperanza para vivir saludablemente. Si no lo hacemos, la personalidad quedará disminuida, debilitada y quizás atrofiada…
Este valor humano corrige y protege ante el desánimo; es fuente de energía y de actividad; es constructivo; eleva la calidad de vida; agranda los buenos deseos y los objetivos. La persona sensible a la esperanza no se contenta con cualquier logro. Por eso, cultivar la esperanza es cuestión vital: nos coloca en una tensión positiva, impulsa a alcanzar la utopía no lograda todavía, provoca la transformación de la realidad, incita a trabajar por el progreso, induce a mirar hacia delante, ofrece orientación… Ciertamente es un valor humano fundamental.
Virtud teologal
Como tal virtud, afecta de lleno a la condición creyente y al dinamismo de la historia de la salvación en la que estamos inmersos y embarcados. El punto de partida de esta virtud está en Dios y en su Reino, motivos continuos de esperanza.
Repasando los evangelios observamos que Jesús rebosa esperanza, la respira, se le ve sobrado… Solo una vez parece que se le nubla, pero entonces se arroja de lleno en la confianza divina: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23,46). Dios no le puede fallar.
El cristianismo es esperanza. Como creyentes, tenemos experiencia de esta poderosa motivación. Y cuánto lo agradecemos. Tengamos presente que la esperanza cristiana está alentada por el Espíritu Santo. Y este es pertinaz en la motivación: insiste, insiste…
Señales o imágenes de esperanza
Uniendo el valor humano con la virtud teologal podemos decir que la esperanza se reviste de ideal, de energía motivadora, de sana ilusión, de inquietudes y objetivos, de desafíos… La esperanza hace vibrar. Todo ello se percibe si el alma está despierta y vivimos en la onda de la espiritualidad. Fuera de esta onda, podemos incapacitarnos para captar…
Reparemos en algunos aspectos que “retratan” la esperanza:
- El ideal: Valor de referencia necesario en la vida. No es solo cosa de jóvenes. ¿Se puede vivir sin ideal? ¿Qué significado y densidad tiene el ideal en tu vida?
- La ilusión: No es solo cosa de niños. Nos referimos a ese entusiasmo que vierte ánimo y proyección…
- La inquietud: Valor contrario a la languidez, la flojera, la comodonería, la falta de sangre… Nada de esto va con la esperanza. Jesús llega a decir: “No he venido a sembrar paz…” (Mt 10,34). Es la pasión que entusiasma al testigo, a quien le quema el Evangelio y le urge el Reino de Dios…
- Objetivos y desafíos: La esperanza encierra un aluvión de desafíos, pone objetivos delante… Si nos hacemos planteamientos es porque la esperanza influye… No es fácil vivir al nivel que pide la esperanza, pero es muy constructivo.
- La espiritualidad evangélica se combina activamente con la esperanza.
Recordemos que la esperanza es lo último que se pierde y que la desesperanza no casa con la identidad humana ni con la experiencia creyente. Caer en la desesperanza es meterse en un laberinto… Y tal “lío” no solo repercute negativamente en el ámbito particular de cada uno, sino también en el ámbito social…
Otras consideraciones
Entre las paradojas que nos acompañan en la vida, están estas: somos limitados, pero con aspiraciones ilimitadas; somos finitos, pero con pretensiones de infinitud; somos relativos, pero con deseos de ser absolutos… Y todo esto combinado con la conciencia, la intuición, la sensibilidad…
Jesús refuerza la esperanza porque realiza la promesa salvadora; es redención, misericordia, perdón, consuelo, evangelio… Nunca se viene abajo, es emprendedor…
Hay muchas personas dominadas por el desánimo, la confusión, el escepticismo, el pesimismo, como si la felicidad fuera un imposible, acomodados a vivir mediocremente. Tal situación y mentalidad requieren conversión.
Ciertamente se percibe un cierto desvanecimiento de la esperanza y se constatan incertidumbres con respecto al futuro, confusión, desencanto, resignación, acomodación a la vulgaridad…
Políticos y empresarios hablan de cuidar el crecimiento sostenible, pero muchos trabajadores y autónomos se quejan de que su situación es insostenible… y reclaman hasta con rabia: “¿Hasta cuándo?”. Esta pregunta trasluce situaciones de desesperación o de esperanza amenazada y muestra el ahogo o la condena de estar soportando un aguante confuso, sin horizonte…
Podemos distinguir entre esperanza histórica y esperanza escatológica: “Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro”, decimos en el credo.
La esperanza histórica moviliza de mil modos, anima los movimientos migratorios, despierta e impulsa el optimismo creativo, y alienta sueños utópicos: “Siendo realistas, busquemos lo imposible…”. La esperanza permite divisar los ideales y los anhelos atractivos de la vida. Es el “condimento vital” que impide tirar la toalla…
La esperanza cristiana no nos convierte en videntes del futuro, pero sí nos coloca en la perspectiva salvadora de Dios. No es un simple reconstituyente para sobrevivir en medio de una sociedad chata, dominada por el presente y sin planteamientos trascendentes… Es un recurso vitalizante para no ser vencidos de antemano; de manera que, equipados con la experiencia de Jesús resucitado, podamos alumbrar el Reino de Dios como cielo anticipado.
La esperanza garantiza la victoria de la vida. Es fuerza para vivir y consuelo en el morir. Está cargada de luz con muchos destellos. La esperanza no defrauda.
Por tanto, hemos de considerar este Año jubilar como un “tiempo fuerte de gracia”. Tiene el acento de la esperanza para ser vivida con júbilo y ser comunicada. El papa dice: “Dejémonos atraer por la esperanza y permitamos que por nuestro medio sea contagiosa para cuantos la desean”. No lo olvidemos: se trata de hacer “visible” la esperanza.