La señal de los cristianos
La liturgia del V domingo de Pascua acerca esta propuesta de Jesús a modo de testamento: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros”.
Amar con estilo evangélico es un reto, una vocación, un deber, una tarea, una meta estimulante… Es el “mandamiento” antiguo y nuevo que resume toda nuestra tradición. Es la experiencia transmitida como ideal desde el comienzo de la Iglesia y que ya practicaron los primeros cristianos. Ellos entendieron que había llegado la hora de amar como el Maestro y que, después de Jesús, la palabra “amor” alcanza un sentido especial, al menos para quienes contemplan la vida desde la óptica y la perspectiva del Evangelio.
Hoy seguimos afirmando que el amor es lo más excelente de la vida humana. Y es, en gran medida, fruto del aprendizaje. Pero amar no es fácil para nadie. Así lo detalla la parábola del buen samaritano.
¡Qué parábola!
Al acercarnos a ella observamos que Jesús la pronunció como respuesta a un “especialista” de la ley judía, que le hizo una pregunta para ponerlo a prueba. Se supone que, como estudioso y experto en la materia, aquel letrado sabía de sobra lo que decía la ley. Pero, aparentemente, tenía dudas sobre el prójimo.
La parábola es muy conmovedora, clara, directa, sumamente elocuente… Metámonos en ella no para desafiar a Jesús, como hace el maestro de la ley, sino para entender mejor lo que Jesús plantea.
La espiritualidad abarca más que la ley
Metiéndonos en esta parábola para entender mejor a Jesús, vemos que no entra en discusiones teóricas con el interlocutor. Se inventa una narración de un asalto –ocurrían de vez en cuando– y reta al letrado a poner en práctica la lección ejemplar y humanitaria de quien menos se podía esperar: un samaritano, alguien perteneciente a un pueblo con tradiciones religiosas distintas, al que los judíos despreciaban y consideraban rival y repugnante. Al final, Jesús recomienda al entendido que le pregunta: “Anda, haz tú lo mismo y tendrás la vida”.
El sacerdote y el levita de la parábola, hombres de culto y de templo, personifican una religiosidad sin alma. En cambio, el samaritano, detestado y odioso para los judíos, es quien se acerca al hombre apaleado. Y no solo muestra compasión por el golpeado, sino que realiza un conjunto de acciones, descritas minuciosamente, para salvar al “medio muerto”.
La atención y el amor al prójimo que sobresalen en esta parábola tienen un alcance universal en la propuesta de Jesús. Prójimo es todo ser humano a quien “me aprojimo”, de quien me hago próximo. Por tanto, ser prójimo depende fundamentalmente de cada uno.
En realidad, todas las personas deben caber en la propuesta de proximidad que todo cristiano ha de contemplar y valorar. “Aproximarse”, hacerse prójimo, supone romper distancias psicológicas, sociales, culturales, raciales, geográficas… En el fondo, lo que importa es amar haciendo presencia. Ciertamente, el amor al prójimo es sentimiento, empatía; pero sobre todo es acción buena, incluso con el enemigo…
Recurso universal
Aproximarse a los otros es un recurso que está al alcance de todos, pero no todos lo ejercitan. ¡Qué chasco tan amargo y qué sensación de anti-testimonio dejan el sacerdote y el levita! ¿Cómo se les quedaría la conciencia? ¿La calmarían con alguna justificación? Seguramente.
Quien ama a Dios no se desentiende del prójimo, y menos del prójimo golpeado, herido y maltratado. El amor a Dios “compromete”: impulsa a practicar la misericordia.
Además, de esta parábola se saca una deducción muy importante: el creyente misericordioso es también “creativo”: sabe encontrar soluciones, como el samaritano… Por tanto, si un cristiano no es experto en atender al prójimo, cabe suponer que todavía no conoce ni ama a Dios debidamente…
Cercanía de conciencia y de corazón
Queda claro que la responsabilidad de ser prójimo es sobre todo una competencia particular, y no se garantiza por la mera cercanía física. Hay vecinos que están muy distantes… Jesús exhorta a ser prójimos de verdad.
En la mentalidad de Jesús y en lo que exponen los evangelios queda también muy claro que lo primero y lo esencial de la vida no es el culto si no trasciende, ni la oración de boquilla si no compromete, ni saber muchas cosas… Para Jesús, sin amor interpersonal, el verdadero sentido de la convivencia queda amenazado y desatendido.
Consideremos también que lo esencial de la vida está muy cercano a la conciencia y al corazón humano. Y tanto la conciencia como el corazón nos aseguran que no es algo inalcanzable. Por el contrario, está muy grabado en lo más íntimo de cada persona. Pero hay que descubrirlo y realizarlo…
Es evidente que amar a los demás es una vivencia entrañable, una vocación, pero es también un desafío. Es la recomendación y el encargo principal que Jesús nos deja a todos, resumiendo así toda la ley divina y humana. Ahora lo decisivo no es solo conocer esta recomendación y este encargo, sino practicarlos.
Nuestro Dios es un artista del amor; lo ha demostrado sobradamente. Por eso vive en comunión y respira misericordia. ¿Cabe amor mayor?